
El sabor de la nostalgia
Hay sabores que te hacen viajar en el tiempo y el espacio. Tomas un bocado y cual la Dorothy del Mago de Oz, emprendes el viaje de vuelta a casa. La magia de los sabores es muy potente, pruebas un platillo y de pronto estás en la cocina de tu casa materna. Tienes cinco años y lo único que quieres en la vida, es abrazar a tu mamá. Este tipo de experiencias no debe confundirse con el concepto de “comfort food” o comida para reconfortarse.
Siempre asocie el término «comfort food» con personas con abundante sobrepeso y poca voluntad. Con comida rica en grasas, carbohidratos y poco saludable en general. Según la Sra. Wikipedia (quien siempre dice la verdad), el término comida reconfortante se remonta al menos a 1966, cuando el Palm Beach Post lo utilizó en una historia: «Los adultos, cuando se encuentran bajo un estrés emocional severo, recurren a lo que podría llamarse ‘comida reconfortante’: alimentos asociados con la seguridad de la infancia, como el huevo pochado de la madre o la famosa sopa de pollo». En mi caso jamás podría consolarme con una sopa de pollo, pero entiendo que en asuntos de gustos y emociones la individualidad se impone.
No había entendido la profundidad de término hasta que me tocó experimentarlo en carne propia. Me encontraba en una calle del centro, iba camino a un bazar navideño, eran apenas las cuatro de la tarde, pero reinaba una oscuridad absoluta, y corría una brisa helada capaz de burlar cualquier abrigo. Aún llevando guantes sentía dolor en mis dedos ateridos por el frío. Me acerque a un puesto que ofrecía glögg, una típica bebida caliente sueca.
De repente, dos mesas más allá me pareció ver una cara conocida. Pensé que tenía a pocos metros de distancia a un compañero de clases de la universidad y corrí a su encuentro. A punto estuve de gritar su nombre desbordada por la emoción. Al acercarme me percaté de mi error, no era él, ¡claro que no podía ser él! Mi realidad como extranjera en un país remoto me golpeó como un mazazo. No, porque este no fuera mi antiguo compañero de la universidad, sino porque comprendí que la posibilidad de toparme con un amigo de la infancia, de la secundaria o de la universidad, en la lejana Suecia era sencillamente mínima, por no decir inexistente.
Entonces una pena profunda me invadió. En medio de la oscuridad invernal, añoré el cielo decembrino de Caracas, el más hermoso del mundo, para mí. El cielo caraqueño en diciembre es de una belleza extraordinaria, de un azul intenso, brillante, limpio. Frente al frío inclemente que me calaba los huesos, añoré el sol que te calienta la piel. Ante el viento helado que me entumecía entera, eché de menos la tibia brisa que te acaricia la cara, la sensualidad de mover tu cabello libremente al viento. Extrañe el sonido amable de mi idioma. Allí en la plaza de Lund, en medio del precioso mercado navideño, me sentí íngrima. La mujer más sola del mundo.
Una tristeza gélida me abrazó y la nostalgia inmensa me cubrió de pies a cabeza con su pesado manto. No recuerdo haber llorado, lo que sí recuerdo con nitidez, fue la necesidad abrumadora de estar en casa, de reconocerme en otra mirada, que alguien pronunciara mi nombre, la urgencia por dejar de ser una sombra anónima. Subí al carro y comencé a manejar. Lo tuve claro, tenía hambre de querencia, de pertenecer. Necesitaba comer algo que me conectara con mis raíces, que me quitara esa sensación de estar en el sitio equivocado, como una palmera trasplantada en el polo norte. Llegué a casa y abracé a mi esposo. Me lavé las manos, saqué la harina para hacer arepas. Comencé a preparar la masa. Mi esposo un hombre muy intuitivo, que me conoce bien me dejo hacer sin preguntas. Él conoce el significado de ese pan de maíz para mí. Vivió mi abstinencia la primera vez que lo visite en Suecia, pero esa es otra historia.

Las arepas son tradicionales de Venezuela, se preparan con harina de maíz precocida, agua, sal, y un poquito de aceite. Se sirven con una variedad de diferentes rellenos.
Ingredientes:
- 2 tazas de harina de maíz precocida
- 2 1/2 tazas de agua tibia, le agregas un poco más si hace falta.
- Una pizca de sal
- 1 cucharada de aceite

Preparación
- Esparce con una servilleta el aceite en un sartén grande y ponlo en la cocina a fuego medio alto.
- Coloca el agua y una pizca de sal en un tazón; agrega poco a poco la harina y remueve con una cuchara (yo lo hago con la mano). Espera unos tres minutos hasta que la harina se hidrate y tome un poco de consistencia. Luego amasar vigorosamente hasta que no se pegue de los bordes del envase. No debe quedar ningún grumo.

- Forma esferas del tamaño de una naranja pequeña y luego aplastarlas con las palmas de las manos hasta obtener unas arepas circulares de unos diez centímetros de diámetro.
- Colócalas en el sartén y cocina con tapa por unos 5 minutos; destapa y de vuelta a las arepas. Si deseas las arepas muy crujientes puedes introducirlas en el horno unos 10 minutos a fuego medio 200 °C. Las arepas se abombarán ligeramente y si las golpea suavemente, producirán un sonido hueco.
Vale aclarar, que esta es mí forma de hacerlas, no es la única. También se pueden freír, recuerda se trata de comfort food.

Las arepas se anuncian con percusión, están en el ADN del venezolano. Todos reconocemos ese tock tock de tambor que anuncia que ya están listas. Tomé una, la abrí. Vi el vapor caliente desprenderse de ella, percibí el olor tan familiar, tan nuestro, le puse mantequilla generosamente, se derritió al instante al contacto con la masa suave. La abrí de nuevo para introducir el queso, se me hizo agua la boca. Llena de anticipación la mordí y como Dorothy estaba de vuelta en casa. De inmediato como un rayo vino a mi mente comfort food y entendí que no es gula, es nostalgia pura y dura.
No como arepas con la frecuencia que se esperaría de una mujer golosa. Pero en mi despensa no puede faltar la harina de maíz, cuando me queda poca no soy capaz de usarla, hasta no comprar un nuevo paquete. Siento un temor irracional a encontrarme en crisis de nostalgia y no tener harina de maíz en casa.
Claro que puedo disfrutar de nuestra comida de una manera menos dramática, pero hoy quería contarte de cómo aprendí de empatía y del significado de comfort food de golpe y porrazo.
No se necesita ser una planta exótica trasplantada como yo, para sentir la necesidad de ser reconfortado por esos sabores que acompañaron tu infancia. Todos tenemos esa comida o postre que nos hace sentir bien de inmediato. Ese platillo que como las zapatillas de Dorothy nos lleva a la mesa familiar y nos conecta con nuestros afectos. Vamos cuéntame, ¿Cuál es tu comfort food? Si te gustó por favor compártelo.
¡ñam ñam! Se me hace la boca agua viendo y sintiendo esa receta de arepas ¡que te aprovechen!. Mi confort food me lleva siempre, indefectiblemente, a las croquetas de patata de mi madre. Esta mujer es capaz de hacer de una receta sencilla un manjar de dioses. He seguido la receta paso a paso pero soy incapaz de darle el punto que les da ella. Y tengo que desplazarme cuatrocientos kilómetros para tener las originales ¡En fin!.
p.d. Curioso que los estadounidenses tengan su confort food en la sopa de pollo (Campbell supongo). Claro que tienen la ventaja de que siempre la tienen disponible en el supermercado de la esquina
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Gracias por tu comentario David, yo muero por las croquetas, no conozco la de patatas, deben ser muy buenas, casi todo lo que llevas patatas lo es 🙂 El amor es el ingrediente secreto en muchos platos, de seguro abunda en casa de tu madre. Yo tampoco entiendo lo de la sopa de pollo. Tu te imagines existiendo croquetas y arepas, venir a consolarse con sopa de pollo! Un abrazo.
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Los recuerdos de la infancia son siempre reconfortantes, cuando eres niño y solo necesitas amor y alimentos que logran hacerte feliz, ahora recordar eso nos hace vulnerables y sencillos a la vez, sin tener grandes necesidades de lujos, con un simple recuerdo en un aroma que nos lleve a nuestra infancia, somos increíblemente felices.
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Hola,
Si la memoría gustativa es realmente muy potente, realmente te transporta en el tiempo, te lleva a otro lugar con solo tomar un boca, que increíble nuestro cuerpo. Gracias por comentar.
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Whaoo lorena que belleza, esas arepa se ven de un bueno, no hay mayor viaje a nuestras raises que una buena arepa con el relleno que uno prefiera ……
Un abrazo grandote mi lore
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Las arepas son nuestra conexión con nuestras raices nuestra identidad, con los recuerdos de nuestra infancia. Es el plato que representa la venezolanidad. Gracias por leer mi Lali. Un abrazo muy apretado para ti también. TQM
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Osea, eres ¡la mujer maravilla!
XS.
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Ojalá lo fuera, me defiendo como gata panza arriba. Un abrazo amigo.
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Y humilde también…
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La arepa venezolana, donde sea que se haga, es un símbolo patrio estimada amiga.
Ahora que tuve tiempo de reflexionar tu escrito, entre líneas percibo que mas allá de la comida confortante o añorante, está la nostálgia por la tierra natal.
Como emigrante que no he regresado a Venezuela en 17 años, ya pasé por las etapas duras de la transición (en Orlando, Florida, que por supuesto no es donde te transplantaste en la lejana Suecia) sobre todo en tener que trabajar 100% en inglés, lo que causó diferentes situaciones frustantes en los primeros años. Si, mi castellano automáticamente hablado
por 40 años tuvo que dejarse de lado por las horas laborables a la semana (un montón), para entre timbos y tambos, el cerebro entendería que el nuevo idioma, era algo obligatorio a perfeccionar.
Pero eso es tema para otro blog.
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Mi querido amigo, este texto es nostalgia pura y dura por nuestra tierra; En medio de la oscuridad invernal, añoré el cielo decembrino de Caracas, el más hermoso del mundo, para mí. El cielo caraqueño en diciembre es de una belleza extraordinaria, de un azul intenso, brillante, limpio. Frente al frío inclemente que me calaba los huesos, añoré el sol que te calienta la piel. Ante el viento helado que me entumecía entera, eché de menos la tibia brisa que te acaricia la cara, la sensualidad de mover tu cabello libremente al viento. Extrañe el sonido amable de mi idioma. Allí en la plaza de Lund, en medio del precioso mercado navideño, me sentí íngrima. La mujer más sola del mundo.
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