
Han sido unos días confusos. Siento que la humanidad, como colectivo, ha fallado una vez más.
Luego de la pandemia yo tenía la esperanza de que hubiésemos crecido como seres humanos, que saliéramos del aislamiento como las crisálidas convertidas en mariposas. Esperaba un despertar del valor de vida, luego del horror por los cientos de miles de muertos que la pandemia dejó a su paso.
Pasamos del desconcierto de los reportes de las bajas diarias de la pandemia a ver imágenes de ciudades arrasadas por los ataques rusos. Somos espectadores en primera fila de la dantesca guerra de Putin. No puedo entender esa guerra sin sentido.
La desesperanza en el ambiente
Se requiere mucho foco y auto disciplina para no dejarse llevar por la desesperanza. Es que aún, no nos recuperamos del horror de la pandemia que paralizó el planeta, no terminamos de procesar las muertes absurdas en la soledad de una cama de hospital, sin caricias ni besos de despedida.
Todavía no recuperamos los abrazos confiscados por el Covi. No salimos del asombro por la batalla campal de los antivacunas contra los pro vacunas. Los bandos se insultan en forma descarnada, se acusan de estupidez mutuamente, se llenan de improperios en las redes sociales. No hay empatía.
Es difícil no sucumbir ante la tristeza producto del aislamiento de la pandemia. Para los que vivimos en esta parte del mundo, el frío del invierno además nos obliga a mantenernos puertas adentro. Cuando finalmente la oscuridad helada del invierno se retira a regañadientes y todos empezamos a soñar con el sol de primavera, un orate se siente con derecho de invadir otro país y cual malandro de barrios amenaza a quien osé ayudar a su víctima.
Putin viene a recordarnos que siempre se puede estar peor
Aunque él, se empeñe en el eufemismo de “invasión”, la destrucción de hogares y colegios, las muertes de población civil descubren la realidad y se denomina con propiedad como la guerra de Putin.
De vuelta a la incertidumbre, a ver con estupor cómo los ahorros de tu vida disminuyen por la caída libre de los valores financieros, a tratar de desechar los pensamientos terroríficos de la debacle y exterminio que produciría una bomba nuclear.
Sentir unas punzadas de angustia ante los estantes vacíos en los supermercados, las señales de que muchos actúan bajo el miedo y comienzan a pertrecharse. Sufrir por el aumento desmedido de los precios del combustible. Es como para salir gritando como Mafalda: “Paren el mundo que me quiero bajar”.

Sentir que la vida está detenida, la vida nos puso a jugar banca.
Mis proyectos personales se han visto afectados por eventos que han ido en desmedro de nuestros intereses. Siento totalmente objetiva siento que no tengo razones reales para quejarme, pero eso sería no validar el sentimiento de decepción que me embarga en este momento.
Me toca exorcizar los demonios burlones que me dicen que este mundo no tiene esperanza y que ser una soñadora optimista no me salvará de ser arrastrada a la hoguera del odio irracional y del desencanto.
Me sumerjo en la laguna de la tristeza, me dejo traspasar por los puñales de la desesperanza. Cierro los ojos y me digo que todo esto es pasajero. Que ya pronto vendrá la primavera con la promesa de una nueva vida, que volverán las flores a mi jardín, que me reiré a carcajadas con mi pecho abierto al viento y mi cara expuesta al sol.
Mi corazón latirá con la emoción y el convencimiento absoluto de que, no todo está perdido, que los buenos somos más. Que, aunque unos cuantos locos embriagados de ambición y poder se empeñen, no podrán arrebatarnos la ilusión de que es posible construir un mundo mejor.
No podrán robarnos la alegría de vivir, la irrevocable voluntad de ser felices a pesar de las guerras de los putines del mundo.
Cuéntame cómo han sido estos días para ti. Te envío mi abrazo solidario y espero con ansiedad reencontrarme con el tuyo.